viernes, 18 de marzo de 2011

DÍA DEL SEMINARIO 2011, “EL SACERDOTE, DON DE DIOS PARA EL MUNDO”



Me llamo Óscar, tengo 21 años, y soy seminarista.
No me resulta fácil hablar de la vocación, pues aún es algo que empiezo a vislumbrar y a ver emerger. En todo caso, siempre es gracia, y tiene un origen divino.
Quizá mi vida tenga una trayectoria un tanto especial, caracterizada por no haber tenido muchas experiencias o por no ser lo que se dice “un tío way”. Pero creo que soy alguien que intenta responder a las cuestiones que cualquier joven se plantea, sea de un modo o de otro: ¿quién soy y qué hago en este mundo? ¿qué sentido tiene mi vida y qué quiero hacer de ella? Que busca su lugar en el mundo, que busca amar y ser amado, que busca ser feliz. Y que sabe que su vida no la ha recibido para guardársela, sino que tiene que emplearla en algo hermoso. Desde siempre he percibido la presencia de Dios en mi vida, aunque no siempre fuese igual de importante para mí. Ese Dios cuenta conmigo, y cuenta con cada uno de nosotros.
Llegado un momento de mi vida, yo abrí la puerta a la posibilidad de ser sacerdote, y a mis 17 años entré en el seminario, sin tener las cosas claras, pero con el ánimo de ir descubriendo lo que Dios quería de mí. He ido viviendo cosas… y a día de hoy creo ir vislumbrando que mi camino tiene que ver con el sacerdocio. Hay algo que me parece central: La vida tiene sentido desde Dios, y este mundo necesita a Dios, y quiero ayudar a que la gente descubra a Dios.
Una idea: entregar la vida a Cristo, y entregársela a los hombres y mujeres… Es un don y es una tarea, una meta a la que siempre hemos de llegar.
Estamos en Cuaresma, y se nos invita a la conversión, a cambiar el corazón y a abrirnos al amor. Convertirse significa trasformarse, dejar que Dios te trasforme. La vocación es una experiencia de conversión, es una gracia de Dios a la que nosotros hemos de responder, abandonándonos en sus manos (y esto a veces nos cuesta mucho). Es ir haciéndote… Dios te va haciendo y tú te vas haciendo. Haciendo más tú mismo, descubriendo tus capacidades (y también tus debilidades), haciéndote más humano, más hijo de Dios y más hermano de los demás, rompiendo y superando el egoísmo.
Las tentaciones están presentes. El mundo necesita a Dios… pero la gente hace sus vidas al margen de Dios… ¿merece la pena entregar tu vida para ofrecer al mundo algo que no le interesa? ¿no es mejor dejarles estar tranquilos? O ¿seré capaz de guardar el celibato… cuando además vivo en un mundo para el que esto significa ser un pringado? O incluso, el sacerdocio supone una gran exigencia… yo, con lo débil y pobre que soy, con todas mis carencias… seré capaz de asumir responsablemente todo lo que supone?
Tristemente, a veces no estamos totalmente convencidos de que Cristo valga la pena… Pero la verdad es que Cristo es la mejor propuesta, mejor: es la única propuesta. Y sólo mirándole a Él nuestra vida se trasforma y llena de alegría. Al menos esa es mi experiencia.
Dios cuenta conmigo y cuenta con todos. Cada uno tiene su camino. Yo voy descubriendo el mío. Veo el sacerdocio como algo posible y apasionante. Al final, ¿a qué llegaré? Sólo Dios lo sabe.

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